ANSIEDAD: RECONOCIMIENTO, MANEJO Y ACTIVIDAD FÍSICA

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Ansiedad: reconocimiento, manejo y actividad física

Ansiedad: reconocimiento, manejo y actividad física

Lunes 16 Agosto 2021

Existen diferentes manifestaciones de la ansiedad (Tortella-feliu, 2014).

Su expresión puede ser generalizada, donde se vive en un estado constante de alerta y tensión sin que exista una amenaza concreta, lo que entendemos por trastorno de ansiedad generalizada. Existen miedos o ansiedades que se fijan a algún objeto o situación, lo que conocemos como fobias. También puede existir ansiedad relacionada con ciertos rituales que generan seguridad en la persona (trastorno obsesivo compulsivo).

La ansiedad entendida como señal, nos advierte de un eventual peligro, sea real o ficticio, provocando y movilizando una respuesta fisiológica en el cuerpo. El extremo más fuerte de la ansiedad es el pánico, donde se pierde el control y se vivencia una experiencia muy desagradable que dura entre 15-25 minutos. Generalmente están asociadas a traumas o situación de alto estrés en cierto periodo de la vida.

En el extremo “sano” de la ansiedad encontramos la confianza, tranquilidad y quietud, las cuales son fundamentales en la vida y sobre todo en los primeros años de nuestro ciclo del desarrollo.

¿Es mala la ansiedad? ¿Cuándo debería preocuparme? La ansiedad en sí misma no es algo malo, es una alerta que nos protege de amenazas. Incluso es la que ha mantenido viva a nuestra especie durante largos años; una lesión en el área cerebral que modula estas señales sería sumamente peligroso, ya que la persona no evaluaría los riesgos en su vida diaria. Por lo tanto, la ansiedad no es mala cuando nos advierte de un peligro, sin embargo cuando estamos siempre en alerta y tensión, existe un problema debido a que nuestro cuerpo comienza a resentir ésta sobre-activación, expresándose en síntomas como cefalea, insomnio, bruxismo, tensión muscular, etc.

En la sociedad occidental los trastornos de ansiedad van en aumento progresivamente y Chile no es la excepción. Sin embargo, hay que reconocer factores sociales y culturales que promueven que la población se sienta ansiosa. La escasa seguridad, los cambios repentinos, la inestabilidad de la vida diaria, el cambio en las relaciones interpersonales y la transformación de las familias son condicionantes que promueven una mayor inseguridad, provocando el efecto de una ansiedad más prolongada.

La relación que tiene la ansiedad con el comer es la siguiente: Cuando el organismo siente un malestar agudo y prolongado, busca a modo de supervivencia algo que pueda calmar ese estado de angustia. Por ejemplo, los recién nacidos al sentir miedo o estrés buscan los brazos de la madre y el cuidado protector de otros. Estos son mecanismos y funcionamientos muy primarios del ser humano, por lo que existe una huella en nuestra memoria afectiva.

En la vida adulta, ante un gran miedo y angustia puede la comida sustituir ese afecto regulador de los estados de estrés, una forma de sostenerse que busca re-establecer el equilibrio psíquico que necesitamos para enfrentar la vida. En caso de fijarse esa respuesta como única forma de afrontamiento a situaciones de alto estrés, se provoca una conducta poco adaptativa. La persona sigue ocupando el mismo mecanismo una y otra vez para regular sus estados emocionales, pero el problema en el fondo es que no es una solución, solo es una sustitución transitoria.

En conclusión y a modo de síntesis, se puede aseverar que la ansiedad muchas veces acompaña los problemas de sobrepeso y obesidad, que existen diferentes grados de ansiedad y que el reconocimiento es fundamental para un control completo de la conducta alimentaria. También entender que una forma de regular el equilibrio del organismo es a través de la actividad física, ya que promueve un estado de relajación en el cuerpo y existe una conexión más concreta con el cuerpo.

La ansiedad no es mala en sí misma, un mal manejo de la ansiedad sí lo es. La regulación de las emociones debe ser algo que se logra a través de la maduración y la auto-regulación de los estados emocionales y en caso de que no pueda hacerlo la persona por sí misma, es necesario el acompañamiento de un profesional para colaborar a que logre la autonomía y confianza suficiente para enfrentar la vida.

 

 


Referencias: Tortella-Feliu, M. (2014). C. Med. Psicosom, 110, 62-69.

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